Nota publicada originalmente por Diario Las Américas
Solemos creer que nuestro ego nos define por completo. Al ocupar el centro de la conciencia, este complejo funcional (como es definido por Carl Gustav Jung) va construyendo una red de significantes que le van dando forma a nuestra percepción de nosotros mismos. Adjetivos como “bonito”, “famoso”, “audaz” o “encantador” pueden transformase, casi como un canto de sirena, en los únicos atributos que quisiéramos que nos definieran.
Es así como, progresivamente, terminamos creando una máscara basada en esos aspectos ideales de nosotros mismos, confundiendo nuestra esencia con una estructura meramente adaptativa que debería servir para facilitar nuestros vínculos con el mundo exterior y no como una camisa de fuerza que nos aleje de nuestro centro. Lastimosamente, la máscara —como la famosa película homónima de Jim Carrey—, tarde o temprano le da un punta pie al ego y asume el centro de la conciencia, distorsionando nuestra forma de ver el mundo hasta el punto de escindirnos y hacernos creer que solo somos “nuestra mejor versión” y despreciando cualquier contenido que nos ponga en contacto con nuestro lado más vulnerable o menos agraciado.
Aunque esta es una dinámica que todos vivimos a diario, queda mucho más en evidencia en el mundo del espectáculo y los estereotipos de belleza que se le imponen a las mujeres. Es esta la espina dorsal —metafórica y literalmente— de The Substance, la ganadora de la Palma de Oro en el Festival de Cannes por mejor guion y que llega a sacudir nuestras salas de cine.
La película nos cuenta la historia de Elisabeth Sparks (Demi Moore), una famosa celebridad que durante décadas ha conducido un programa de ejercicios en televisión. Entrada en sus 50s, ella sigue siendo hermosa, pero no lo suficiente para Harvey (Dennis Quaid), el ejecutivo del network que ha decidido reemplazarla por alguien más joven. Gracias a un evento fortuito, Elisabeth es contactada por un misterioso servicio que le ofrece una droga experimental que le permitirá volver a ser joven una vez más. Para esto, nuestra protagonista debe dar a luz a Sue (Margaret Qualley), un Alter Ego con la que deberá intercambiarse cada semana en una dinámica simbiótica. Alternando entre la vejez y la juventud, la soledad y la fama, Elisabeth y Sue comenzarán a escindirse de forma paulatina olvidando la primera regla de la sustancia: recordar que son una sola.
Escrita y dirigida por Coralie Fargeat (Revenge), The Substance es una suerte de versión moderna de The Rejuvenator, pero en esteroides (lo que ya es bastante). A través de su premisa, Fargeat explora la parte más dura del mundo del espectáculo y las consecuencias que tiene en la psique de las mujeres.
Con un sistema de imágenes potente y lleno de contrastes (como explotar la belleza femenina, casi de forma morbosa, y contraponerla a imágenes repugnantes de la vejez), la historia coquetea con ideas que reconoceremos en El extraño caso de Doctor Jekyll y Mr. Hyde (como ese “doble” que representa nuestra sombra, pero que solemos negar) o El retrato de Dorian Grey (hasta el punto de construir un cuarto donde la versión joven encierra a la vieja para no tener que verla: la belleza de la “princesa” debe ser expuesta y la fealdad de la “bruja” escondida).
Saltando del subidón que trae la fama y juventud para descender a los abismos de la depresión y la vejez, Elisabeth y Sue se transforman en una víctima de sí mismas. Ambas, a pesar de ser hermosas por fuera, se van transformando en verdaderos monstruos en su obsesión por la belleza y agradar, hasta el punto de autodestruirse de las peores formas posibles (a través de la comida y auto fagocitándose), exponiendo el precio que hay que pagar por la fama.
La dirección de Fargeat, siguiendo la premisa del guion, también es dual. Por un lado, crea una estética colorida, kitsch y aséptica donde coquetea con códigos visuales del siglo pasado (para el éxito de Sue) y, al mismo tiempo, se pasea por la violencia, crudeza y suciedad que tiene la modernidad (para la caída de Elisabeth).
Esto le da a The Substance un acabado que, por momentos, parece un fashion film y, en otros, una película de horror independiente hecha a propósito para incomodarnos a través de efectos prácticos, sangre, viseras y gore. Desde el primer minuto, la directora nos agarra por el cuello y nos lleva en un descenso a la locura in crescendo metiéndonos de lleno en la psique de Elisabeth/Sue, demostrándonos que nadie puede lidiar con una escisión tan fuerte sin quebrarse por completo en el proceso y terminar devorado por los monstruos del inconsciente. Con referencias que van desde Vertigo de Hitchcock, pasando por Muholland Drive de Lynch, el body-horror de Cronenberg, hasta Carrie de De Palma, The Substance desborda personalidad sin ocultar sus referencias que, en este contexto, se resignifican por completo.
La cinematografía de Benjamin Kracun (Promising Young Woman, Beast) se pasea por múltiples estéticas que van desde el videoclip con flares y esa textura “crispy” que tiene el digital de la televisión, hasta la iluminación cruda de exteriores casi al estilo verité. Filtros hiper estilizados e hiper realistas, colores chillones en contraste con espacios casi monocromáticos, escenas llenas de luces y sombras (con guiños al expresionismo), juegos con angulaciones y la óptica para deformar, son algunos de los trucos que utiliza Kracun para resaltar visualmente los contrastes del arco de las protagonistas y mantener esa atmósfera onírica tan especial que posee The Substance (que, conforme avanza la historia, se hace más y más presente).
El diseño de producción de Stanislas Reydellet (In the Shadows, The Mad Women´s Ball), a pesar de ser sumamente minimalista y moverse en pocos espacios, logra con pequeños detalles construir esa sensación de artificialidad del mundo del espectáculo, trasladándolo a locaciones tan diversas como un apartamento (enorme, lujoso, pero vacío, emulando una pecera donde la versión joven juzga a la vieja y viceversa, ambas encerradas una frente a la otra), pasillos con colores cálidos y chillones (que, lejos de ser acogedores, generan un profundo rechazo), o lugares “comunes” (como restaurantes y cafeterías), pero con un tono tan real que se vuelven profundamente desagradables.
La otra pieza clave en todo el desarrollo de The Substance es la edición del trío conformado por Jerome Eltabet (Revenge), Valentin Féron (Black Box, Burn out) y Fargeat. Más allá de su ritmo violento que emula el feeling de videoclip y fashion film (jugando con velocidades, quedándose “demasiado” tiempo en ciertos detalles o cortándonos de golpe otros), la película brilla en la utilización del montaje psicológico, creando asociaciones entre imágenes —aparentemente sin conexión— para resignificarlas (como Harvey comiendo camarones de forma asquerosa, así como devora a las modelos o la relación entre la belleza de Sue expuesta en cámara en contraposición a la comida horrible que prepara Elisabeth en su cocina).
Apoyándose en un diseño sonoro impecable y efectos prácticos de lujo creados por Olivier Afonso (Titane, Raw, Anatomy of a Fall), The Substance es una de las películas más kinestésicas que he hemos en muchísimo tiempo, lo que dota a todo el largometraje de un aire visceral e incómodo que nos sacude a nivel corporal (más de uno tendrá que abandonar la sala de cine en ciertas secuencias). Por último, lo que pone el lazo final al empaque es la música de Raffertie (I May Destroy You, The Continental), que le imprime a la historia un ritmo frenético, al mejor estilo de fiesta rave, sumamente inmersivo.
En el renglón actoral, el gran atractivo de The Substance está en la interpretación de Demi Moore (que a sus 61 años sigue siendo hermosa). Más allá de lo mucho que el papel la confronta, el personaje de Elisabeth la saca por completo de su zona de confort y la lleva a unos extremos que jamás pensamos que podríamos verle (muy en la onda de Lars Von Trier o Gaspar Noe). A su lado, y sin quedarse atrás, tenemos a Margaret Qualley que brilla en su papel de belleza perversa que, mientras la historia avanza, nos demuestra que es mucho más que una cara bonita hasta llegar a transformarse en un monstruo aterrador. Acompañándolas tenemos a un Dennis Quaid que, con cada una de sus pequeñas apariciones se roba el show en su papel de depredador detestable (su nombre “Harvey” no es inocente). Los 3, sin muchos diálogos, pero con acciones cuestionables y contundentes, exponen la naturaleza de sus personajes con una crueldad que jamás habíamos visto. Definitivamente, este trío dará mucho de qué hablar en la temporada de premios.
Al mejor estilo de Sunset Boulevard y Babylon, The Substance critica sin pelos en la lengua a una industria que cosifica a las mujeres, fagocitando su belleza y desechándolas como si tuviesen fecha de caducidad. A través de una estética kitsch y onírica (con guiños a David Lynch), que se ve sacudida por momentos sumamente kinestésicos de body horror (al mejor estilo de David Cronenberg), la película desdibuja las líneas que separan opuestos —aparentemente— irreconciliables, consiguiendo belleza en lo feo y viceversa. Llevando la historia hasta las últimas consecuencias, The Substance es de los pocos largometrajes que en la modernidad no tiene miedo de incomodar al espectador, dándole una bofetada y demostrándonos que, dentro de nosotros, hay un monstruo que no podemos tapar con ningún filtro de Instagram ni sustancia milagrosa. Uno con el que debemos hacer las paces internamente, cada vez que nos vemos al espejo —sin maquillaje—, antes que se salga de control buscando afuera la aprobación que solo podemos tener desde adentro de nosotros mismos.