Esos ojos nos traen de cabeza y nos derriten –literalmente– el corazón. Quienes viven con un perro conocen de sobra esa mirada suplicante que nos dedica cuando ha hecho algo que no debería, pero también si quiere un premio o salir de paseo. Tu amigo de cuatro patas frunce el ceño, abre mucho los ojos y te mira fijamente… hasta que te rindes irremediablemente ante semejante despliegue de encanto peludo.